El edificio del siglo XIX que hace esquina con las calles de Orellana y Campoamor, contiene 900 metros cuadrados de fresco al silicato sobre muro de cal. Con esta técnica se asegura la pintura para casi 500 años, no vale pintar sobre lo pintado, habría que picar hasta llegar al ladrillo para hacerla desaparecer. Su autor, Jack Babiloni, es un artista que cuenta con más de 40 premios internacionales en su haber.La obra del edificio que nos ocupa tiene un nombre, "Todo es Felicidá", que es el conjunto de 68 dibujos realizados en una paleta de cuatro colores (negro, amarillo, azul y ocre) sobre un fondo blanco inmaculado. Textos y dibujos de personajes de las mitologías griega y romana se intercalan entre los balcones, que obligan a hacer una parada a todos los transeúntes que pasan por allí para admirar una fachada por lo menos, original.
El trabajo fue encargado por la propietaria del edificio, Leonor Túfera, cuando se dispuso en 2003 a la rehabilitación del inmueble. Fue a través de una Fundación, cuando el aparejador Luis Cercós propuso decorar la fachada. El artista no hubo que buscarlo muy lejos, fue su propio hermano llamado artísticamente Jack Babiloni. La rehabilitación duró hasta el año 2008 y fue en marzo de ese año cuando Babiloni pintó los dibujos en 24 días. Nosotros nos quedamos con la obra y no entramos en los expedientes sancionadores que surgieron del Ayuntamiento. Unos ven en la obra un simple arte grafitero y otros lo comparan con el estilo de Picasso. El caso es que unos años después sigue la flamante fachada blanca con los dibujos de Babiloni en perfectas condiciones y candidata a llegar a ser con el tiempo una obra de arte valorada y respetada por todos.
El autor: Jack Babiloni
Ante tal reto, Jack escogió la mitología griega como tema para vertebrar su creatividad y ha decidido titularla "Todo es felicidá". Así que Jack se puso manos a la obra y se subió al andámio (como podéis ver en la foto) y aprovechó la fachada como si un gran lienzo en blanco se tratará. Y en ese mismo andámio, y una vez vencido el vértigo, Jack nos dió un paseo de arriba a abajo y de lado a lado, con explicaciones sucintas sobre intenciones conscientes e inconscientes. Una auténtica gozada. Más allá del cariño que uno pueda tener a la persona está el respeto por el artista y Jack se lo gana en cada cosa que hace principalmente por el profundo compromiso moral que tiene con todo lo que hace. Y lo pudimos comprobar. Junto a cada representación babilónica de la imaginería helénica Jack nos regala una frase. A veces son caricias, otras puñetazos. Aquí van un par de fotos.
"No mientas nunca está (muy) feo", "No importa un carajo la belleza, importa la honestidad", "Si no enseñas habilidades físicas a tu hijo le estás enseñando a robar" son algunos de los babilonismos que se desparraman por toda la obra. No queremos descubrirlos todos aquí para que la experiencia no pierda la gracia pero si queremos mostraros que Jack, como hace siempre, ha escondido pequeños tesoros dentro de la gran obra, con la intención de jugar con el público. Nosotros queremos pensar que Jack sigue, como nosotros intentamos, la concepción holística de las cosas. Para el la obra es un sistema, formado por pequeñas y fundamentales partes. Una de ellas es el juego, los guiños al espectador, besos y abrazos, provocación y confrontación. Pero además, Jack utiliza para completar ese sistema un lenguaje visual riquísimo. Usando una paleta limitada a cuatro colores (azul, ocre, negro y amarillo), con pinturas garantizadas por 250 años lo que indica claramente la intención de permanencia, Jack nos consiguió conmover en varios momentos pero, sobre todo, nos hizo sentir que estabamos ante algo importante y, necesariamente, polémico. Por momentos, pensabamos en Basquiat, pero inmediatamente nos venía a la mente Picasso. En otro de los pisos creíamos ver arte africano y, en ocasiones, la ingenuidad de nuestro amado Mariscal vestido con caligrafía zen.


























Su último éxito sería El bateo o ¿quién bautiza al nrnr? Con libro de Antonio Paso y Antonio Domínguez. El estreno tuvo lugar el 7 de noviembre de 1901 en el Teatro de la Zarzuela, con Elsa Salvador, Nieves González, Riquelme, Valentín González y Pablo Arana. Este sainete lírico en un acto, perteneciente al género chico madrileño, nos muestra el Madrid castizo de finales del siglo XIX. Ese mismo año Chueca estrenaría también El capote de paseo, que es una refundación de Los amaestrados. A estas obras le seguirían La corrida de toros (1902), La borracha (1904) y ya en 1906, Chinitas junto a El estudiante, del año siguiente. Todas estas obras no alcanzarían el gran éxito de las dos estrenadas en 1901, La alegría de la huerta y El bateo.
El libretista Don Salvador María Granés le dedicó las siguientes letrillas: “Hace música preciosa/ que se aplaude sin querer/ ¡Como que ya la cantamos/ antes de escribirla él!” El periodista Augusto Martínez Olmedilla le preguntó a principios de siglo cuál era su obra preferida y él contestó sin dudar que La gran vía. Al preguntarle por el libreto al que con más placer había puesto música no dudó tampoco en responder que a los de su amigo Ramos Carrión. Éste dijo del maestro: “Música del pueblo/ de la que se pega/ que se aprende pronto/ y nunca se olvida./ ¡Música de Chueca!”.
Don Federico Chueca fue un compositor de gran ingenio, dotado de un finísimo oído musical y una prodigiosa intuición para el pentagrama. Gran autodidacta, intentó en vano someterse al método académico y a su disciplina; su maravillosa inspiración, su capacidad improvisador, así como su carácter bohemio, se lo impidieron.
En 1865, cuando Chueca tenía 19 años, el gobierno autoritario del General Narváez introdujo modificaciones en la enseñanza universitaria. Los estudiantes de Medicina vieron peligrar su futuro y se lanzaron a la calle en algarada y estudiantil manifestación, que pronto se convirtió en una revuelta política favorecida por el enrarecido clima político, con guerra en África y diferentes gabinetes ministeriales a cual más nefasto.





